Cuando sostiene en sus manos poemas de los que guardaba en su cuaderno viejo, siente que ella también se detuvo a leer lentamente las delicadas palabras en un momento y en un tiempo ya perdidos, ya olvidados. Cuando ve las fotografías en que ella aparecía, siente el temor de que se desvanecerá, también en la memoria, se detiene a observar esos ojos felices que a la cámara miraban y piensa en cómo eran todos esos paisajes, el foco y el espejo de sus ojos que miraban cariñosamente al mundo.
Cuando se lava las manos se las acaricia tal y como ella hacía, quizás es costumbre y afecto hacía tal gesto. Se las acaricia rodeándoselas y apretándoselas con las palmas de las manos, como enlazándolas unas a otras para después deshacerlas.
Cuando se calienta la chimenea observa las llamas azules y rojas. Se calienta como lo hacía con ella. Y, a la mañana siguiente, muy temprano, se levanta y camina a la sala. Se sienta en el sofá para recordar todos los momentos que paso junto a ella. Lo que se le hace más difícil es pensar en sus palabras. En que no existan sus palabras inteligentes.
El siempre la recordará, aunque ya no esté a su lado.